Pensamientos y Oraciones
La Pequeña Consagración
Contexto histórico de la "Pequeña Consagración"
Muchas de las oraciones de devoción popular corresponden a tradiciones antiquísimas que se han conservado dentro de la Iglesia y cuyo origen habitualmente se desconoce, pero que han sido incorporadas y respetadas por el pueblo católico como propias. Es el caso de la Pequeña Consagración a María.
Esta oración, conocida también como "Oh, Señora mía", se cree que fue compuesta alrededor del siglo XVI. En ella se expresan algunos elementos básicos de la espiritualidad mariana.
Recordemos que en el siglo XVI, Europa se encuentra en la transición entre Edad Media y Renacimiento. El vasallaje era el modo típico de pertenencia a la sociedad. Todos los hombres (y sus familias) pertenecían a un señor. No se trataba de una pertenencia establecida por la ley, sino basada en lo que se llamaba vínculo de dependencia.
Este vínculo consistía fundamentalmente en una adhesión mutua entre señor y vasallo sobre la base de la fidelidad y el honor. El señor se comprometía a resguardar, proteger y alimentar a su vasallo (pues era componente de su hueste), y el vasallo, a su vez, se comprometía a no tener ni servir a nadie más que a su señor, al lado de quien debía luchar.
Esta forma de relación daba origen a una unión fraterno-filial, de dependencia y de solidaridad de destinos. De la suerte que corría uno dependía la del otro. Se establecía así una forma de alianza para protegerse y defendere mutuamente. La forma más destacada de este vínculo entre señor y vasallo era el juramento de sangre, cuando eran de alta alcurnia, por el cual ambos se comprometían a entregar la vida el uno por el otro, si era necesario.
La Pequeña Consagración se convirtió posteriormente en la oración oficial de las Congregaciones Marianas nacidas al amparo de la Compañía de Jesús. Es por este camino cómo llegó a Schoenstatt. Recordemos que en el origen de Schoenstatt está la fundación de la Congregación Mariana, dependiente de Ingolstatt, en Baviera.
También otras comunidades marianas en la Iglesia rezan a menudo la Pequeña Consagración, por ejemplo, la Legión de María. Pero, como decíamos al inicio, su uso está difundido ampliamente en el pueblo católico.
En la versión española que rezamos de la Pequeña Consagración en Schoenstatt, se introdujo, durante el tiempo que estaba el fundador en Milwaukee y con su consentimiento, un pequeño agregado. En la versión original se dice: "Guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya". En español decimos: "Guárdame, defiéndeme y utilízame como instrumento y posesión tuya". Este pequeño cambio es significativo, pues introduce en la oración el elemento misionero y apostólico.
Nuestra vida de alianza según la Pequeña Consagración
La Pequeña Consagración, desde el inicio, se convirtió para los miembros de Schoenstatt en la forma cotidiana de renovar la alianza de amor.
Comenzamos nuestra oración llamando a María santísima: "Señora mía" y "Madre mía". Al decirle "Señora", reconocemos su realeza y su poder. Ella es nuestra Reina junto a Cristo Rey. Pero también es nuestra Madre, una Madre que tiene poder de Reina, porque el Señor lo ha puesto en sus manos, para que ella pueda cumplir la misión que él le confió desde lo alto de la cruz. Pero una Reina que es Madre, que está investida del poder del amor y de la misericordia.2
Agregamos el calificativo de "mía ", expresando con ello la calidez de nuestro amor filial. No decimos "Oh Madre nuestra", sino "Oh Madre mía", en singular, acentuando la intimidad de nuestro vínculo filial.
La alianza de amor sellada con María, hace que la sintamos cercana, muy junto a nuestro corazón. Al decirle "Señora y Madre mía", sabemos que ella nos contempla con afecto materno y que, como respuesta, también nos dice: "Hijo mío, sí, yo soy tu madre y tu reina, y tú eres mi hijo querido".
Como la amamos, brota de nuestro corazón un: "Yo me ofrezco todo a ti". Es una expresión espontánea de entrega. El amor que albergamos en nuestro corazón, quiere manifestarse: nos ponemos en sus manos, cobijándonos bajo su manto.
"Yo me ofrezco", es decir, nos damos, nos regalamos, nos consagramos a ti. Con ello reiteramos nuestra pertenencia a ella. "Soy tuyo, Madre", "Soy todo tuyo". La alianza de amor es una mutua pertenencia del uno al otro. Somos enteramente de ella. Ella también se da a nosotros por entero. ¿Podríamos estar a mejor recaudo?
El amor no se contenta con entregar una parte, sólo algo de lo propio. El amor verdadero entrega todo, se ofrece y se regala por entero.
Continuamos nuestra oración diciendo: "En prueba de mi filial afecto, te consagro en este día". Nuestro amor a María quiere ser, por una parte, profundamente afectivo, pero, por otra parte,
tambien concreto y eficaz. Buscamos probar nuestro amor, demostrárselo con hechos. Nos sentimos movidos a llevar a la vida esa entrega. No como una obligación onerosa, sino como una muestra de amor filial.
Le decimos: "en este día". No hablamos de mañana o de un futuro indeterminado, sino de un "aquí y ahora", en este día, en nuestro quehacer cotidiano. Queremos darle prueba de nuestro amor ahora, no más tarde. Darle pruebas con nuestro comportamiento y fidelidad en este día de trabajo.
El amor es concreto, no se queda en lo general. Por eso agregamos las cosas que estamos dispuestos a consagrarle: "mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón". Es una muestra, una pequeña enumeración que quiere ser completada y detallada, hasta llegar a decir "en una palabra, todo mi ser".
"Te consagro en este día mis ojos". ¿Qué significamos con esto? Le consagramos nuestros ojos. Nuestros ojos le pertenecen a ella. Quieren ser "ojos marianos"; nuestra mirada una "mirada mariana", digna de ella. Le manifestamos que queremos aprender a mirar como ella. En primer lugar, para ver y descubrir el paso de Dios por nuestra vida. Y para contemplar, meditándolo en el corazón, lo que aún no logramos descubrir como muestra del plan de amor que Dios tiene con nosotros. Le decimos así que queremos aprender a ver, en lo pequeño y en lo grande, la mano del Dios providente y redentor. Abrimos los ojos y con ella elevamos un canto de alabanza al Dios poderoso y misericordioso, que ha hecho también en nosotros grandes cosas.
Consagramos nuestros ojos a María, pidiéndole que nos regale una mirada pura y atenta a las necesidades de los demás. Una mirada despierta para descubrir en cada persona los dones y cualidades que Dios le ha regalado. Una mirada comprensiva e indulgente con su comportamiento negativo y sus defectos.
Mis oídos
La imagen de María que nos revela el Evangelio es la de alguien que sabe escuchar, que pregunta. Así la vemos en la escena de la anunciación. En ella, antes del actuar, predomina el silencio, la
actitud receptiva de quien guardaba todo en su corazón. María estaba atenta a la voz del Señor.
Le consagramos a la Virgen nuestros oídos, para que aprendan a escuchar su voz y la voz del Señor. Para que sepan distinguir su voz en medio de tanto ruido y tantas preocupaciones que nos distraen del querer de Dios.
¿Escuchamos las "voces del tiempo, del alma y del ser"? ¿Nos dejamos tiempo para escuchar las voces de Dios? ¿Reparamos en ellas? ¿Las escuchamos también cuando parecen contrariar lo que nosotros deseamos? María dijo a los siervos en Caná: "Haced lo que él os diga... ". Lo mismo nos repite ahora a nosotros ...
Le consagramos a María Virgen nuestros ojos, oídos y, agregamos, mi lengua. Es decir, todo lo que hablamos, y también lo que no expresamos con palabras, pero sí con gestos y actitudes.
Las palabras de María que nos ha legado el Evangelio son pocas -esto ya dice mucho- pero están llenas de sentido. Palabras que determinaron la historia: "He aquí la sierva del Señor, que se haga en mí según tu palabra ". Palabras que resuenan de generación en generación: "Mi alma glorifica al Señor", "Mi espíritu salta de gozo en Dios mi Salvador". Palabras que nos han transmitido su voluntad: "Hagan lo que él les diga ". Palabras que ella continúa repitiendo en el cielo al interceder maternalmente por nosotros: "No tienen vino".
"De lo que abunda el corazón, dice el Señor, habla la boca". ¿Expresan nuestras palabras y nuestros gestos un espíritu mariano? ¿Habla María a través nuestro?
Si andamos en presencia de María -y la alianza de amor nos lleva a ello-, entonces de nuestra boca, como lo pide el apóstol Pablo, "no saldrá palabra desedificante".
No debiéramos acostumbrarnos al modo en que generalmente se habla. No nos mimeticemos con el ambiente chabacano que hoy reina. Creemos una atmósfera mariana en torno nuestro. Que ella llene nuestras palabras de su verdad y de su dulzura. Palabras que no hieran ni ofendan. Que eleven y reflejen respeto y comprensión. Que proclamen y alaben al Señor tal como ella lo hizo.
¿Hemos educado marianamente nuestro modo de hablar?
Después de lo que hemos dicho a María, agregamos lo más importante que podemos consagrar a ella. Le decimos: te consagro "mi corazón ". Al entregarle nuestro corazón le entregamos lo más profundo e íntimo que poseemos. La historia de nuestra vida es la historia de nuestro corazón, dice el P. Kentenich. En nuestro corazón se decide nuestra felicidad o infelicidad, nuestra paz o angustia. En nuestro corazón convergen los anhelos, las penas y las alegrías; los temores y proyectos, sobre todo, las personas que amamos. Todo se lo regalamos a ella. Es lo más grande que podemos regalarle.
Por la consagración la entronizamos como reina de nuestro corazón.-Le abrimos sin reservas nuestro corazón, con sus miserias y sus riquezas, para que ella lo reciba en el suyo y lo haga más puro, más cálido, más amante del Señor y de los hombres; para que en el suyo se acrisole, se limpie de sus impurezas y mezquindades; para que lo convierta en un corazón semejante al suyo. Por eso: que ella haga nuestro corazón amplio y hermoso como el suyo.
¿Guardamos repliegues de nuestro corazón que no son de María?
Le consagramos a la Virgen María nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra lengua, nuestro corazón ... Por último, decimos: "en una palabra, todo mi ser". Todo lo nuestro: nuestro cuerpo y nuestra alma; nuestras manos y nuestros pies; nuestros instintos; nuestra inteligencia y nuestra voluntad; nuestro trabajo y nuestro descanso; nuestras alegrías y nuestras penas; nuestra riqueza y nuestra pobreza; nuestros bienes; nuestras cosas; los seres queridos; las personas con las cuales trabajamos, las que están bajo nuestro cuidado; todo se lo consagramos a ella, todo pertenece a ella. Nuestra existencia íntegra es suya, para que siendo de ella, todo sea del.Señor y en él, por el Espíritu Santo, de Dios Padre.
Nos hemos consagrado a María, a quien es "Madre de bondad", Reina de misericordia y refugio de los pecadores. Por eso agregamos ahora: "guárdame, defiéndeme y utilízame como instrumento y posesión tuya ". Estamos amenazados por enemigos que están dentro de nosotros -nuestros instintos desordenados, nuestra comodidad, nuestro egoísmo y tantos otros-, y, además, contamos con enemigos que nos amenazan desde fuera: la seducción de un mundo sin Dios, el poder, las cosas materiales, y no en último término el demonio. Por eso pedimos a María que nos resguarde, que no permita que caigamos en tentación, que nos defienda del maligno y extienda sobre nosotros su manto protector. Sabemos que "un hijo de María jamás perecerá": por eso no nos angustiamos ni atemorizamos, sabemos a quién nos hemos entregado. Contando con ella nos sentimos seguros.
"Utilízanos como instrumento y posesión tuya". Si somos posesión suya, entonces ella puede valerse de nosotros para lo que desee. Puede trabajar con nosotros en la viña del Señor, en cosas simples y cotidianas o en cosas difíciles y riesgosas. Por la consagración nos ponemos al servicio de María y del Señor. Quéremos ser para ella un instrumento dócil y dispuesto, que sabe posponer proyectos o necesidades a lo que ella nos pide.
Estamos consagrados a María, marcados con su sello. Nos hemos entregado libremente a ella, ésa es nuestra gloria y nuestro mejor seguro de vida.
Mario Hiriart, era un ingeniero Schoenstattiano cuya causa de beatificación está en curso:
Madrecita querida, como el niño espera con ansias cada día el momento de volver a su hogar y descansar en el cariño maternal, así anhelaba mi corazón llegar hoy a tu pequeño santuario.
Tú lo has convertido para mí, en el terruño amado, el hogar silencioso e inundado de paz donde volver cada día a reposar en tus brazos y entregarte tola mi debilidad y pequeñez con filial alegría.
Si la jornada ha sido difícil, y aunque haya sido coronada por fracasos exteriores, al volver junto a tí y ofrecerte todo el día transcurrido, él se convierte en un triunfo de tu amor maternal y me siento íntimamente gozoso en tu cobijamiento.
En este hogar has juntado para mí la tierra con el cielo.
En este hogar has recogido con cariño y sabiduría maternales todo lo que pueda haber de grande y de bueno en nuestra vida, el amor filial, el amor fraternal, la vinculación al terruño, el ansia de paz y de felicidad,la fuerza de grandes ideales.
Pero todos estos bienes me los has sabido mostrar como lo que en verdad son: una nostalgia de cielo, eternidad, de Dios.
En tu pequeño santuario de gracias conviertes tú el vaso inútil y vacío que soy, en cáliz capaz de abrirse para recibir a Cristo.
Desde tu santuario elevas hacia Dios ese cáliz, mi corazón, para que se llene de sangre divina.
Has tú que mi corazón sea siempre un cáliz abierto al cielo, como tú misma lo fuiste.
JACULATORIAS
Ayuda para la memoria continua de Dios y el andar siempre en su presencia, el uso de aquellas breves oraciones que San Agustín llama jaculatorias, porque éstas guardan la casa del corazón y conservan el calor de la devoción. -- San Pedro de Alcántara
- Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro.
- Dios mío y mi todo.
- Dios mío, gracias por lo que me dais y por lo que me quitáis; hágase vuestra voluntad.
- Hágase tu voluntad (abandonándose a la Providencia en las adversidades)
- Mi Dios, mi único bien. Tu eres todo para mi; sea yo todo para ti.
- Padre eterno, os ofrezco la preciosísima sangre de Jesucristo en expiación de mis pecados y por las necesidades de la santa Iglesia.
- Para los que aman a Dios, todo es para bien.
- Porque Tú eres, oh Dios, mi fortaleza.
- Que os ame, Dios mío, y que el único premio de mi amor sea amaros cada día más.
- Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos Señor de todo mal.
- Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno.
- ¡Bendito sea el Sacratísimo Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento.
- Corazón de Jesús en Ti confío.
- Corazón de Jesús, Ardiente de amor por nosotros, inflama nuestro corazón en tu amor.
- Corazón divino de Jesús, convierte a los pecadores, salva a los moribundos, libra a las almas santas del purgatorio.
- Corazón eucarístico de Jesús, aumentad en nosotros la fe, la esperanza y la caridad.
- Corazón Sacratísimo de Jesús, ten misericordia de nosotros. Dulce Corazón de Jesús, sed mi amor.
- Dulce corazón de mí Jesús, haz que te ame siempre más y más.
- Oh Corazón de amor, yo pongo toda mi confianza en ti, porque todo lo temo de mi flaqueza, pero todo lo espero de vuestras bondades.
- Sacratísimo Corazón de Jesús ten piedad de nosotros.
- Sagrado Corazón de Jesús, protege nuestras familias.
- Sagrado Corazón de Jesús, yo me doy a ti por María.
- Sea amado en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús.
- Todo por Ti, Corazón Sacratísimo de Jesús!
- Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro.
- Dulce Corazón de María, sed la salvación mía.
- Dulce Corazón de María, sed mi salvación.
- Purísimo Corazón de María, virgen santísima, alcánzanos de Jesús la pureza y la humildad de corazón.
- ¡Madre mía, confianza mía!
- ¡Oh Madre mía!, ¡Oh esperanza mía!
- María, madre de gracia, madre de misericordia, protégenos del enemigo y ampáranos en la hora de la muerte.
- María, virgen madre de Dios, ruega por mí.
- Muestra que eres Madre.
- Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.
- Oh María, haz que viva en Dios, con Dios y por Dios.
- Oh Santa Madre, haz que las llagas de tu Hijo queden impresas en mi corazón.
- Reina de los apóstoles, ruega por nosotros.
- Reina del santísimo rosario, ruega por nosotros.
- Virgen, Madre de Dios, María, rogad a Jesús por mi.
No le digas a Dios que tienes un gran problema ... dile a tus problemas que tienes un gran Dios
Hoy eliminaré de mi agenda dos días: ayer y mañana.
Ayer fue para aprender y mañana será la consecuencia de lo que hoy pueda realizar.
Hoy me enfrentaré a la vida con la convicción de que este dia jamás volverá.
Hoy es la última oportunidad que tengo de vivir intensamente, pues nadie me asegura que mañana volveré a amanecer.
Hoy tendré la audacia de no dejar pasar ninguna oportunidad, mi única alternativa es la de triunfar.
Hoy invertiré mi recurso mas importante: mi tiempo, en la obra más trascendental: mi vida;
cada minuto lo realizaré apasionadamente para hacer de hoy un dia diferente y único en mi vida.
Hoy desafiaré cada obstáculo que se me presenta con la fe de que venceré.
Hoy seré la resistencia al pesimismo y conquistaré al mundo con una sonrisa, con la actitud positiva de esperar siempre lo mejor.
Hoy haré de cada tarea ordinaria una expresión sublime,
Hoy tendré los pies en la tierra comprendiendo la realidad y la mirada en las estrellas para inventar mi porvenir.
Hoy tendré tiempo de ser feliz y dejaré mi huella y mi presencia en el corazón de los demás.
Hoy, te invito a empezar un tiempo nuevo donde soñemos que es posible cuanto nos proponemos y lo realicemos con alegría.